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La Regenta. Leopoldo Alas Clarín.

 


Hace ya unas semanas que abandoné la ciudad de Vetusta y a sus conservadores paisanos y ahora, tras dejar reposar la ingente obra que es la Regenta en mi cabeza, me dispongo a exponer mis humildes impresiones.

La novela de Clarín fue publicada en dos tomos en 1884 y en 1885 y es una de las más deslumbrantes joyas de la literatura española. Si Galdós en Fortunata y Jacinta nos mostraba con realismo la sociedad de la Restauración en la capital Española, a través de las andanzas del adúltero burgués; Juanito Santa Cruz, en la Regenta, Clarín la despliega en una capital de provincias mientras asistimos a la lucha permanente de la protagonista; Ana Ozores, entre lo impuesto; su matrimonio, y lo deseado; el amor pasional.

Sí, la Regenta es también la historia de una mujer adúltera, pero no solo. La Regenta es denuncia, es crítica, es poner luz a un oscuro y encorsetado sistema que limita y dirige las vidas de las mujeres, sean de la clase que sean, y es que las mujeres en esta obra o son monjas o son esposas.

El escenario de este adulterio es Vetusta, y Vetusta es inmovilismo, es corrupción política, es chafardeo, es mentira, vicio y costumbre, sobre todo costumbre, es un circo donde reina la envidia y triunfan las apariencias. Sí, Vetusta es una ciudad de Oviedo, pero en realidad es el mundo entero. 

En este entorno mediocre dos hombres luchan por conquistar a la beldad del lugar; Ana Ozores, la joven y virtuosa esposa del viejo Víctor Quintanar, uno de los últimos regentes que ha tenido la audiencia de la ciudad, de ahí el sobrenombre de La Regenta. La admirada, el objeto codiciado, es una mujer derrotada, triste, rodeada de resentidos que anhelan verla caer y que solo es libre en sus sueños o en sus delirios. 

El conflicto entre el poder eclesiástico y el civil en la España de la Restauración se personaliza en los dos pretendientes: Don Álvaro Mesía, el aristócrata vanidoso que no sirve para nada, el libertino, el ocioso, el arquetipo del Tenorio, y el Magistral; Fermín de Pas, el ambicioso sacerdote de origen humilde que ve en la conquista de Ana, el sometimiento también de Vetusta. 

El Magistral es el personaje, en mi opinión, mejor construido y él más interesante de la novela, ya que en él se produce una transformación que es uno de los puntos fuertes de la obra. Ya desde las primeras páginas nos encontramos con dos personajes que nos hablan del Magistral, y eso no deja de suceder en ningún momento ya que siempre está en boca de todos. También el narrador omnisciente nos cuenta historias de su pasado, y nos da pistas sobre la personalidad de este formidable personaje, y por supuesto el estilo indirecto libre del que disfrutan los protagonistas de la Regenta, a través del cual nos llegan sus  pensamientos más íntimos.

Todo ello consigue que nos hagamos un retrato realista de Fermín de Pas. El cura es un ser dual, un hombre  en el que conviven la pasión y la frialdad, un hombre fuerte con unos objetivos profesionales claros, dirigidos por una madre coraje que lleva aún a cuestas. El eclesiástico, al erigirse confesor de la Regenta ve una oportunidad para crecer, pero lo que en realidad crece es una obsesión hacia esa mujer que él imagina pura e inocente, que le provoca una rabia hacia lo impuesto que lo sobrepasa.

En realidad la artificiosa sociedad que dibuja Clarín influye sobremanera sobre el comportamiento de los personajes, de todos: los Marqueses, los nuevos ricos, la nobleza venida a menos, los ociosos, los trabajadores, absolutamente todos se rigen y se comportan bajo las directrices de unos convencionalismos de los que no conviene desviarse, y si no que se lo pregunten a la Regenta, que ella nos explicará como se paga el salirse de lo establecido. 

Para los aficionados al arte deciros que la impresionante portada que ilustra la entrada es un cuadro que podéis admirar en el Museo del Prado de la Condesa de Vilches, pintada por Federico Madrazo en 1853. Esta hermosa mujer fue escritora aficionada y llegó a publicar "Berta y Ledia". Amiga del pintor, Amalia de Vilches luce en el cuadro unas joyas modernas, al gusto de la época, lo que significa que no hay joyas de familia que enseñar, es una aristócrata de nuevo cuño. Otro detalle que llama la atención es el abanico de plumas que sujeta en su mano izquierda, este abanico fue puesto de moda en París por la emperatriz Eugenia de Montijo y el suyo aún se conserva, y para finalizar un detalle de moda muy curioso: el color azul del vestido. Este color estuvo de moda solo ese año; el 1853, así que cada vez que lo veáis en un cuadro es porque es de ese año. Al año siguiente se puso de moda un color rosa completamente distinto.




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