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Crónicas culturales/ Conferencias



Un año con Trump: cómo ha cambiado el mundo.


La economía global en la era Trump


En el Palau Macaya de Barcelona, en colaboración con el IBEI (Instituto de Barcelona de Estudios Internacionales) y la obra social la Caixa, se realizan desde el pasado mes de enero, una serie de conferencias en las que especialistas de distintas disciplinas, analizan como ha cambiado el mundo tras el primer año de Donald Trump en la Casa Blanca. En esta segunda conferencia es el catedrático en economía, analista y asesor, Emilio Ontiveros, quién nos explica cómo es la política económica de esta nueva administración.

En la campaña Trump proclamaba que la época de la rendición económica se había acabado. Dos ideas aglutinaban su programa económico: repatriar puestos de trabajo y acabar con los abusos que los acuerdos y las organizaciones internacionales cometían contra los Estados Unidos.


Las propuestas del presidente en materia de política económica  suponen un punto de inflexión en lo que ha sido la administración estadounidense desde finales de la Segunda Guerra Mundial.  Ontiveros lo lanza: “Es un discurso que si se concretara, probablemente, amenazaría la estabilidad económica, comercial y financiera global”. La retórica de Trump suena a la empleada en las vísperas de la gran depresión de los años 30, una retórica claramente proteccionista.




¿Cuál es el contexto en el que esas propuestas tienen lugar?

Cuando llega Trump a la presidencia de los EE. UU. el mundo aún está convaleciente de la segunda crisis más severa de la historia de la humanidad. Esta crisis, iniciada en el verano de 2007, y que tardará unos diez años en digerirse, tuvo como epicentro el sistema financiero estadounidense. Fue una crisis compleja que ha dejado en evidencia el poco sentido de las fronteras financieras y nos ha mostrado hasta qué punto el mundo está ya conectado económicamente.

Una de las muchas consecuencias que tuvo esa crisis es que acentuó una tendencia a la introspección que ya se venía detectando en la economía global.  El volumen de comercio internacional ya descendía antes de la crisis, esta, no hizo más que acelerar el descenso. Actualmente, y por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, el comercio internacional evoluciona a un ritmo inferior al PIB mundial.


Durante la crisis nos encontramos de frente con “una vuelta a casa”, tanto de los intercambios comerciales como los financieros.  No faltaron quienes se mostraron cautelosos al recordar que el proteccionismo y la introspección financiera han sido la antesala de conflictos de otro tipo: “que se empieza poniendo aranceles y se termina llegando a las manos.” 


La globalización en el 2007 cerraba una época en que la tecnología empezaba a dominar en el conjunto del mundo. La conectividad favorece la globalización.

Cuando estalla la crisis en 2007, el grado de satisfacción de los ciudadanos del mundo respecto a la globalización no era especialmente bueno. Hay que recordar que en la última etapa, a mediados de los 90 este fenómeno había coexistido con un aumento de la desigualdad de la renta y de la riqueza.

Precisamente la tecnología es uno de los factores que hace aumentar la brecha entre las rentas del trabajo y las rentas de la empresa. Además, a partir de los noventa, la desigualdad entre las rentas del trabajo también se amplía y la explicación está en las diferentes habilidades tecnológicas de los trabajadores. La digitalización facilitó la inserción de economías menos desarrolladas en la primera división de la economía mundial, pero dentro de esas economías muchos trabajadores se quedaron fuera por no poder cumplir con las demandas del mercado laboral.

Subrayamos esto porque Trump gana las elecciones en un clima de relativa insatisfacción, la propia dinámica competitiva de la economía global, había generado un contingente importante de trabajadores excluidos del mercado laboral en sectores manufactureros tradicionales. El recelo hacia la presencia de trabajadores extranjeros – algunos con habilidades tecnológicas superiores a los locales- ya era un hecho.  Este contexto de insatisfacción ayuda a entender el apoyo hacia Trump. 

Puntos principales en la política económica de Trump

- La política fiscal. Se ha concretado una reforma en el impuesto sobre el beneficio de las empresas que favorece en poco a la clase media y trabajadora. La administración también ha anunciado una inversión importante en infraestructuras a realizar durante los próximos diez años, además de aumentar el presupuesto de defensa. Esas tres decisiones provocarán que la economía americana continúe creciendo, aunque es más difícil ver si eso se traduce en un aumento de la renta en la mayoría de la población.

-El núcleo central de las propuestas de Trump fueron comerciales, un cambio radical de tono respecto al que siempre había mantenido los Estados Unidos. Debemos recordar que este país, antes de que acabara la Segunda Guerra Mundial, secundó la iniciativa de Keynes para restaurar institucionalmente la cooperación de la economía global. Son los famosos acuerdos de Bretton Woods tras los cuales nacieron el FMI y el Banco Mundial. La organización mundial de comercio no lo haría hasta el 1994.

Trump no dudó en decir que este sistema de relaciones multilaterales les perjudicaba y que había que desmontarlo. Cuestionaba así, un sistema definido por la administración americana pensado para apuntalar su liderazgo en el mundo, y al mismo tiempo, el magnate comunicaba una serie de medidas proteccionistas a través de la activación de aranceles. Sobra decir que instaurarlos puede provocar una guerra comercial que en general resulta perjudicial.

-Las decisiones sobre los flujos migratorios, a pesar de que algunas han sido contestadas judicialmente, se van notando en forma de discriminación a la incorporación de inmigrantes extranjeros.



 Con China, Trump mantiene una relación un tanto bipolar. Es un rival fuerte que, además, tiene un stock más que importante de bonos del tesoro americano. China lleva creciendo 30 años a un ritmo superior a ninguna otra economía mundial y en los últimos años, el país asiático, ha invertido en I+D incluso más que la propia Unión Europea, ya no es solo una potencia militar y económica, sino también tecnológica.
Pero otro elemento adorna la importancia de China para Trump, y es su papel en la crisis con Corea del Norte. China es el único interlocutor con capacidad de intimidación al régimen de Kim Jong-un ya que es el principal suministrador de bienes y de servicios del país.

-El principal problema comercial arancelario tendrá como protagonistas a Canadá y a México, el NAFTA. Desde que ha llegado Trump al poder se está renegociando el tratado. Eso conllevará, probablemente, fuertes restricciones al sector del automóvil. México es una potencia en el montaje de los componentes automovilísticos y, sin duda, las políticas proteccionistas dañaran su economía, está por ver hasta qué punto afecta esto a una economía española que tiene numerosos intereses en el país mexicano.


-El último episodio de esta postura comercial claramente individualista es la manifestación de la intención de dejar que el dólar se deprecie respecto a las demás monedas. Este comentario que realizó en Davos recientemente el secretario del tesoro americano es una mala señal para el resto de las economías que tendrán mayor competencia en sus exportaciones.

-En cuanto a políticas energéticas y medioambientales: Trump no cree en el cambio climático. Ha renunciado al cumplimiento de los acuerdos de París respecto a la reducción gradual de emisiones de gases de efecto invernadero. A la vez, ha  revitalizado proyectos de extracción de fracking y frenado inversiones en energías renovables.

-Otra decisión aún no concretada, tiene que ver con la desregulación financiera. La crisis del 2007 fue financiera, producto en gran medida de excesos derivados del insuficiente control de riesgos por parte de los operadores financieros. La decisión que tomaron las autoridades fue poner ciertas formas de control, regulaciones financieras que pudieran evitar asumir demasiados riesgos, riegos que pagamos todos. Trump quiere acabar con el marco regulatorio creado, lo acusa de limitar el margen de maniobra y en última instancia de encarecer la financiación a las empresas y a los particulares.

Esta decisión resulta peligrosa por dos motivos, en primer lugar porque es evidente que relajar el código de circulación financiera provoca accidentes, y en segundo lugar por el claro efecto contagio. Una desregularización en Estados Unidos deja en inferioridad de condiciones  a la competencia con lo que esta no tardaría en imitarlos.

 La quinta medida controvertida tiene que ver con la política monetaria aunque no forma parte de su programa electoral.  Trump llegó a la casa Blanca diciendo que no le gustaba la presidenta de la Reserva Federal; Janet Yellen. En consecuencia,  ha colocado en el puesto a alguien de su círculo y preocupa que pueda menoscabar la capacidad de decisión de un organismo cuyas actuaciones afectan a lo largo y ancho del planeta.

Cinco bloques de cuestiones impropias de la primera economía mundial. Una paradoja que aquellas reglas que los Estados Unidos dirigieron para garantizarse el liderazgo mundial hoy sean parcialmente cuestionadas dentro de su economía.

¿Cómo afecta a Europa estas políticas económicas?




Es evidente que en un entorno global lo que haga los EE. UU. afectará a todos, pero es que Europa, además es la economía más permeable y con mayor volumen de intercambios del mundo, eso significa que cualquier obstáculo al comercio nos afecta.

La Unión Europea en los últimos años ha estado aplicando medidas orientadas al libre comercio, un ejemplo: el arancel medio que aplica a las importaciones provenientes de fuera de la zona euro es del 3 por ciento y si además esas importaciones vienen de economías menos avanzadas el arancel es inferior al 2 por ciento. También es una región permeable a la inversión extranjera, y, aunque después del Brexit la UE ha redefinido su política respecto los flujos migratorios, si es un bloque económico que facilita la movilidad de las personas.

La economía española también debería preocuparse ante las medidas proteccionistas anunciadas por Trump. La economía nacional es muy abierta y las exportaciones tienen un peso determinante en el PIB, con el agravante de que esas exportaciones que se realizan son de productos muy sensibles al precio.

¿Existe solución?

Ante el panorama post Trump, el catedrático Ontiveros propone dos salidas. Una primera sería tratar de convencer a los americanos de que no resulta rentable salirse del carril multilateral de la economía, no hay ya hegemonías simples. Los Estados Unidos son cada vez  una porción más pequeña de la economía global. Desde hace una década las economías menos avanzadas contribuyen al crecimiento mundial más que las consideradas avanzadas, es decir, el mundo depende ahora más de cómo crezca China o la India que de cómo lo hacen EE.UU. o el Canadá.

Las relaciones diplomáticas  podrían devolver al carril a una economía que hasta ahora se ha beneficiado de las normas que ella misma creó a mediados  del siglo XX. La falta de acuerdos podría desembocar en roces en el seno de la comunidad internacional siempre preocupantes. Entrar en la dinámica de perjuicio al vecino es peligroso.

La segunda solución pasa por lograr reducir la insatisfacción permanente de la sociedad hacia la globalización, es adoptar medidas para reducir esa desigualdad manifiesta entre la renta y la riqueza.

Termina Ontiveros esta magistral exposición con un deseo “ojalá las empresas americanas sean las que hagan entender a Trump, y a sus fieles votantes, que la prosperidad del conjunto de los Estados Unidos dependen de que se mantengan las reglas que hasta ahora gobernaban la escena global”. “El proteccionismo a ultranza es una especie de suicidio por fascículos para las futuras generaciones de estadounidenses”



Un año con Trump: cómo ha cambiado el mundo.

El debate interno



Hace ya un año que fue  investido el presidente número 45 de los EE. UU.; el histriónico magnate Donald Trump. Con su discurso populista se iniciaba un periodo incierto sobre el papel de los EE. UU. en el mundo. Los aliados internacionales se mostraban intranquilos, sus buenas relaciones con Rusia inquietan, y entre sus conciudadanos se ha producido una clara división. Causan alarma sus peleas mediáticas con Corea del Norte y su discurso racista, pero ¿y la política exterior americana, ha sufrido el efecto Trump?

El Palau Macaya de Barcelona en colaboración con el IBEI (Instituto de Barcelona de Estudios Internacionales) y la obra social la Caixa, inicia un ciclo de conferencias donde se analiza como ha cambiado el mundo tras el primer año de Donald Trump en la Casa Blanca. La exposición del periodista y corresponsal; Marc Bassests se recoge en este artículo.

Quién y cómo se fabrica la doctrina diplomática americana.

Cuando Trump llegó a la presidencia parecía que todo iba a cambiar, pero en realidad no es tan fácil cambiar un país. Los factores externos no son los únicos que influyen en la política exterior de un estado, también lo hacen factores internos; los intelectuales, otras fuerzas políticas y numerosos actores sociales.

La política exterior de la primera potencia mundial no es cosa de una sola persona sino que es el resultado del debate interno, de una lucha constante entre diferentes doctrinas ideológicas. Una primera premisa; el debate intelectual en los Estados Unidos se adapta y responde al debate social. 

Para el diplomático y politólogo George Kennan, esta lucha ideológica, las intrigas intergubernamentales como él las llamaba, eran uno de los factores decisivos que explicaban la política exterior de los países. Pero no era el único, otros factores psicológicos entraban en juego: el miedo, la inseguridad, y también un tercer aspecto; la opinión pública, una fuerza poderosa que obliga a adaptar las políticas estatales.

Segunda premisa: los presidentes americanos tienen menos poder institucional del que aparentan y escasa capacidad para determinar ellos solos hacia dónde va su país. Sería un error menospreciar los movimientos de fondo de la sociedad, así pues, el presidente sería más el espejo de las transformaciones de la sociedad que el motor de estos cambios.

La Casa Blanca, con el presidente y sus asesores, son uno de los agentes que marcan la política exterior americana, pero como anunciábamos, hay más. El Consejo de Seguridad Nacional, el Departamento de Estado con la figura del secretario son claves. No podemos olvidarnos del Pentágono, y el ministerio de defensa, la estructura burocrática que dirige el ejército más poderoso del mundo. Podríamos hablar de otros actores internacionales americanos como la CIA, el departamento del tesoro, el de comercio y el congreso. Sumemos los laboratorios de ideas, de derechas y de izquierdas, que son los que fabrican las propuestas políticas. Todas estas instancias pueden englobarse en lo que conocemos como Washington, o el establishment.


La importancia de las ideas en el país americano es indiscutible. En política exterior pugnan el liberalismo y el conservadurismo, los intervencionistas y aislacionistas, los halcones y las palomas, clasificaciones que a menudo se manifiestan difusas. La división clásica seria entre los idealistas – los que piden una política exterior fundamentada en los Derechos Humanos- y otro punto de vista, el de los realistas, los que piensan que los valores no sirven para establecer las políticas sino el interés nacional.

Tercera premisa: la política exterior americana es en realidad un péndulo que va y viene, después de Bush llega Obama y ahora Trump. Se intercalan periodos de maximalismo, con presidentes que quieren ampliar la influencia de los EEUU en el mundo, con periodos de claro repliegue. Son oscilaciones que apuntan movimientos más profundos de la sociedad norte americana. ¿Y con Trump? ¿Cómo se refleja en él el debate social actual?

El primer año de Trump.



Trump resulta un factor importante de inestabilidad, también en el ámbito global. Un showman que clama contra el establishment, que hace de la destrucción del sistema su programa electoral. Sin programa de gobierno ni equipo solvente necesitará rodearse de asesores preparados que aporten credibilidad a los EE. UU. Destacará la figura del general James Mattis, el actual secretario de defensa.

El primer año de Trump ha sido una batalla entre diferentes fuerzas; entre el establishment, las estructuras profundas – aquellas que entre administración y administración no cambian- contra el show de Trump. Una batalla entre la política seria y el populismo. La figura de Mattis ha sido fundamental, manteniendo la calma y apagando fuegos, que los desaires diplomáticos del presidente inician.

Trump no tiene ideas potentes, detrás de él no están los think tanks más influyentes del país. En su campaña electoral nos mostró su carácter presuntuoso junto a sus propuestas básicas; el muro con México, salir de los acuerdos para frenar el programa nuclear iraní, hacer pagar a China su agresividad comercial, amenazar con salir de la OTAN, abandonar los acuerdos sobre el cambio climático, dejar de intervenir en guerras lejanas y costosas y reconciliarse con Rusia, todo esto y más cabe en su cajón de sastre que lleva por eslogan “Hacer grande a América otra vez”. Unas propuestas complicadas de encajar en la batalla con el estado profundo, y sobre todo, unas propuestas muy alejadas de la retórica idealista que hasta el presente adornaban las campañas electorales.

Hasta ahora Trump ha sido un presidente nacionalista y militarista. Recupera en política exterior la teoría del loco, aquella que dice, que si el presidente hace creer al adversario político que es imprevisible y que puede cometer una locura en cualquier momento, el enemigo, asustado, se mostrará dispuesto a negociar. Con Trump nunca sabemos cuál será su próximo paso, su siguiente insulto.

Recupera esta tradición y a la vez actúa en un ambiente totalmente nuevo, uno que él ha creado y que conoce bien; el ambiente de los reality show. Trump, como showman se ha mostrado como un hábil manipulador de la prensa. Con ella establece una relación perversa, los medios de comunicación lo detestan, pero a la vez les reporta un aumento de la audiencia.

¿Todo ha cambiado con la presidencia de Trump?.


La imagen de los EE. UU. se ha degradado, y el Departamento de Estado, sometido a recortes, pierde peso, los insultos racistas del presidente continúan, y las humillaciones al vecino Mexicano también, reaparece el riesgo nuclear, son cosas nuevas, es verdad, pero si repasamos las promesas de Trump veremos que no han cambiado tantas cosas.

En Cuba continua el embajador americano, el muro de México aún no se ha construido, el acuerdo comercial con Canadá y México se está renegociando, igual que el acuerdo con Asia, la OTAN sigue vive, y la política con China tampoco ha cambiado. El tema con Rusia resulta complicado porque, si bien es cierto que ningún otro presidente había sido tan prorruso como Trump, la realidad es que las líneas maestras de la política norte americana hacia Rusia no han cambiado, como tampoco lo ha hecho la postura hacia Ucrania.

Nuevamente la figura del general Mattis, como si existiese una disociación entre lo que se dice y lo que se hace, entre el show y la realidad. La Real Politic se ha impuesto. Sí que han abandonado el acuerdo sobre el cambio climático de París, pero en realidad podría haberlo hecho cualquier presidente republicano, porque el escepticismo hacia el cambio climático no es solo cosa de Trump.

Estamos más pendientes de lo que dice que de lo que hace, pero la realidad es que no está modificando los fundamentos de la política norte americana, el país está incrustado en un sistema global y los movimientos bruscos son imposibles.

La incógnita es saber que  quedará después de Trump. ¿Cómo habrá cambiado el país? A primera vista parece que Trump no tiene ninguna visión, que funciona por intuición, pero sus acciones sí que responden a alguna visión, a la del repliegue, la visión del miedo a la globalización, la adhesión al pueblo y el rechazo al extranjero, la desconfianza hacia las instituciones internacionales, es el nosotros contra ellos. Trump refleja una parte importante de los miedos y los fantasmas de la sociedad americana y hay una parte importante del mundo que va en esta dirección.

                                                                                                     



Pedro Olalla."El viejo futuro de la democracia"

Dentro del ciclo organizado por el Centro de Cultura Contemporáneo de Barcelona titulado: “Vieja Europa Nuevas Utopías”, Pedro Olalla participó con una estimulante conferencia que  planteaba el futuro de la democracia en una Europa envejecida demográficamente.  


El título de la exposición; “El viejo futuro de la democracia”, contiene una paradoja interesante, y es que para Olalla, la regeneración de la democracia debe ser protagonizado por los mayores.


En Europa, una de cada cuatro personas tiene ya más de sesenta años.  El envejecimiento demográfico es innegable, pero ¿es la democracia un proyecto compatible con un envejecimiento social que a menudo se asocia con el conservadurismo, la dependencia y la renuncia?
Sin embargo, el hecho de que en Europa la mitad de los votantes superen los 50 años no es la única razón para afirmar que nuestra sociedad está políticamente envejecida. Hay otra aún más poderosa, y es que nuestras deficientes  democracias han perdido el empuje trasformador, su esencia, los valores que se le conferían en sus orígenes. Parece pues que nuestro desafío para el futuro es devolver ese viejo ímpetu a nuestras decadentes democracias.

Vivimos en un contexto donde el  poder  económico pugna por hacerse con el poder político, es pues, el momento de  reconsiderar las antiguas ideas griegas asociadas a la política y a la democracia.
 La democracia es en esencia un sistema ideado para que el ser humano pueda realizarse como ser político. Un  sistema pensado para tratar de conseguir la igualdad y libertad de las personas a través de la máxima identificación entre los gobernantes y los gobernados. Un sistema que propugna que el interés común sea definido, redefinido y defendido constantemente por el conjunto de la sociedad.

Es vital que no perdamos estos  conceptos.  Ya sabemos que la idea de que el interés común sea definido y ejercido por el conjunto de la sociedad, ha sido siempre una idea aborrecida por todo tipo de poder establecido, es decir: la democracia bien entendida ha sido y sigue siendo un proyecto radical y revolucionario, tal como lo fue en sus viejos orígenes.

La idea de que la democracia moderna es una adaptación de la antigua democracia ateniense a la complejidad de nuestras sociedades actuales es totalmente falsa.  La verdad es que no son ni la herencia ni la continuación de aquel proyecto griego.  Son más bien la expresión de una oposición entre el interés general y el interés de ciertas elites que utilizan el prestigio de la democracia para legitimar sus propios intereses.  Nuestras democracias son como oligarquías encubiertas.

Numerosos ejemplos la alejan de la vieja democracia ateniense: la falta de participación ciudadana, el silencio cómplice ante la promovida desafección política, las intrincadas estructuras de representación, la mecánica de los partidos, los intereses que estos defienden, el poder de los distintos grupos de presión, y sobretodo, la creciente brecha entre los gobernante y los gobernados.

En aquellos orígenes no existía esta oposición entre el gobierno y los ciudadanos, porque los ciudadanos eran el gobierno. No existían partidos con estructuras jerárquicas, listas cerradas o disciplinas de voto. Por el contrario, una amplia asamblea era la encargada de definir y redefinir constantemente lo que era l interés  común.

No existía la profesionalización de la política ni apoltronamiento en los puestos de poder, sino una implicación de todos en las causas comunes y por un espacio limitado de tiempo. Existían figuras jurídicas apropiadas para exigir responsabilidades a las decisiones contrarias al bien de la ciudad. Por el contrario hoy tenemos la inmunidad parlamentaria y otras figuras para dar cobertura a la irresponsabilidad. Y lo más importante, en aquellos momentos todos los ciudadanos tenían experiencia política, cada uno podía ser presidente de la asamblea por un día y por sorteo y debía encontrarse en condiciones de poder aceptar ese cargo.

Pero Olalla no nos está diciendo que debamos copiar aquel viejo sistema, pero sí que deberíamos peguntarnos que espacio  reservan hoy nuestras  democracias a la implicación del ciudadano en la política, y es que ¿puede existir una democracia sin implicación?

En este contexto actual nos enfrentamos a dos enormes desafíos: resemantizar los conceptos y conquistar la política. El primero porque la palabra democracia ya no designa lo que debería designar deontológicamente hablando, y el segundo, porque solo si reconquistamos la política, podremos aspirar a definir y a gestionar lo que consideremos el interés común. Solo así podrán obrarse los  cambios estructurales profundos que nuestra sociedad precisa para logra una distribución más justa del poder y de la riqueza.
Eso implicará lucha, porque  dichos cambios estructurales no serán nunca propiciados por las elites porque van en contra de sus intereses. En realidad la historia de la democracia ateniense no fue sino la historia del paso progresivo del poder a manos de los ciudadanos.  Ciudadanos pioneros que consiguieron crear un Estado identificado con la sociedad. En otras sociedades históricas, incluidas las nuestras, el Estado, distanciado, ejerce sobre la sociedad un poder coercitivo, un poder  al que los más influyentes consiguen en el fondo sustraerse. Y de esta manera, sin el control efectivo por parte de la sociedad,  prosperan en su relación con el Estado los grupos de presión, los conspiradores,  y lo que es por, la fuerza económica acaba traduciéndose en fuerza política.

Ahora bien, ¿queremos realmente una democracia, o nos basta con esta actual doctrina del único camino? Si es lo segundo, no es preciso hacer nada, vamos hacia allá. Seguirá creciendo la desigualdad, desvirtuándose la política, perdiendo contenido semántico y real, la riqueza de todos devendrá pronto en propiedad privada de unos pocos y la mayor parte de los seres humanos acabaran relegados a la condición de esclavos.

Si decidimos lo contrario, reinventar la democracia, se necesita voluntad e implicación. Lo que sus inventores llamaron VIRTUD política,  porque es imposible construir  un mundo diferente sobre una sociedad indiferente. Hay mucho por hacer; desde relatar nuevas constituciones que no sean corsés para la democracia hasta cambiar los parámetros, por ejemplo, con los que se calcula el PIB de los países, desde arbitrar mecanismos para la participación ciudadana en la toma de decisiones políticas, hasta cambiar la forma en que se financian los Estados, desde erradicar los mercados especulativos hasta establecer rentas básicas.
Desde convertir los referenda en un ejercicio frecuente de soberanía, hasta establecer el derecho de destitución de los políticos electos. Construir el futuro mirando a los orígenes no significa quedarnos atrapados en los viejos logros de los antiguos, sino seguir buscando lo que ellos buscaron, y no a ciegas, sino con el privilegio de poder pisar sobre sus huellas, generando medios y herramientas adecuados a la realidad de hoy.

Este doble desafío; resemantizar conceptos y reconquistar la política, en definitiva, rejuvenecer la democracia recaerá cada vez más sobre una sociedad envejecida. Y por eso se impone un cambio cultural, de mentalidad a nivel personal y social que nos lleve a reconsiderar la senectud profundamente. Y eso solo se consigue tomando conciencia y ayudando a tomarla.

El envejecimiento demográfico es un hecho incuestionable que exige un ejercicio de concienciación para poder asimilarlo, gestionarlo y enriquecernos con él. La sociedad debe dejar de ver a sus mayores como un grupo pasivo,  dependiente y parasitario del erario público.  Si el sistema presenta esta visión y la esgrime como apocalíptica, es precisamente por ser la que más contribuye a su continuidad. Nada conviene más a un  sistema egoísta  que una población sin autoestima y con conciencia de culpa, dispuesta a aceptar como algo inevitable el trato deficiente que recibe sin oponer  resistencia.

Por eso si el reto de hacer rejuvenecer la democracia recaerá sobre una sociedad envejecida debemos comenzar por reconsiderar el posicionamiento marginal y pasivo de la llamada tercera edad. Resituarla con justicia en la conciencia colectiva fuera de los estereotipos peyorativos que se le asignan y descubrir y cultivar su potencial político.
Debemos empezar a cuestionar la imagen que por lo general nosotros mismo tenemos de la senectud, porque de cómo la percibamos dependerá sin duda el tratamiento social y político que le demos.

Desgraciadamente nuestra imagen de la senectud está cargada de prejuicios. La asociamos a la perdida de facultades esenciales, a la decadencia intelectual, a la desvinculación social y al aislamiento, al empeoramiento del carácter y al conservadurismo político y a la inflexibilidad moral. Pero está en  la edad  el origen de  estos males o ¿es la forma de vivir nuestras propias índoles y las pautas que nos imponen nuestro entorno?

Debemos reconocer heterogeneidad entre los viejos, formados por innumerables experiencias de toda una vida. Reconocer y explorar pues la individualidad es abrir camino hacia el entendimiento y la justicia. Debido a los cambios que nuestra sociedad ha experimentado, especialmente en lo que a la esperanza de vida se refiere, lo lógico sería que reconsideráramos nuestro sentido de la plenitud, nuestro  criterio de potencialidad  vital. No es viejo quien tiene muchos años sino quien tiene las facultades mermadas.

Los nuevos viejos ciudadanos no deben ganar solo fuerza reivindicadora como grupo social, deben ganar poder político para el conjunto de la sociedad, ese es el verdadero reto pensando en el futuro de la democracia, una democracia digna de su nombre no debe carecer de vías para aprovechar el potencial político de las personas en sus años de mayor madurez, y si no existen esas vías esas hay que crearlas. Sócrates decía que la democracia más segura y más justa es aquella que confía los cargos a los más capaces y otorga a la ciudadanía el control sobre ellos.

La activación política de la ciudadanía avanzada no debería limitarse a un mayor peso de su voto en unas elecciones convencionales, ni a un ligero incremento de consideración por parte del establishment. Debe ser una ganancia sustancial para el conjunto de la sociedad, una irrupción en el sistema para forzarlo, una participación activa desde dentro y desde fuera de las instituciones políticas que permitan a esas personas ofrecer su valía de maneras diversas al conjunto de la sociedad. Colaborando con las generaciones más jóvenes, aportándoles su experiencia adquirida, su dedicación, su tiempo, ayudando con su criterio a definir lo que conviene a todos en materia de redistribución de la  riqueza, en materia de derechos y obligaciones y, sobretodo, en materia de prioridades en la sociedad. Desgraciadamente no estamos cerca de esto, contra el propósito de otorgar a lo mayores el peso político que en justicia les corresponde obra el prejuicio de que representan el conservadurismo, el inmovilismo, y el pasado. Pero si nuestra actual generación de mayores peca de inmovilismo o de vulnerabilidad a la demagogia es porque el sistema en que les tocó vivir su juventud tuvo más interés en mantener el orden,  fomentar la sumisión y desalentar la movilización política que en cultivar la virtud democrática, pero no hay porque pensar que los mayores del mañana hayan de ser así.


En una democracia debemos preocuparnos siempre, todos,  porque a la vista está que lo que no decide la política lo decide el mercado y siempre según su conveniencia.  Concluye Olalla, convencido de  que si nuestra democracia esta envejecida es por la misma razón que decía Galeno:  “porque no es viejo quien tiene muchos años sino quien tiene mermadas su facultades”.

Pedro Olalla (Asturias, 1966) es escritor, helenista, profesor, traductor, fotógrafo y cineasta. Treinta títulos originales en diferentes lenguas y una larga serie de realizaciones en distintos países marcan la carrera creativa de este filoheleno español afincado en Grecia. Sus obras literarias y audiovisuales—que exploran y dan a conocer la cultura griega combinando elementos literarios, plásticos y científicos mediante un lenguaje marcadamente personal—han ganado la estima de un público exigente y de prestigiosas instituciones como la Academia de Atenas, la Fundación A. S. Onassis o la Universidad de Harvard. Junto a su nuevo libro Grecia en el aire, se cuentan entre sus últimas obras Historia menor de Grecia (Acantilado, 2012), Arcadia feliz, Atlas Mitológico de Grecia, Nuevo Diccionario Griego-Español (Texto), la serie de televisión Los lugares del mito, el audiovisual ¿Por qué Grecia? y el largometraje Con Calliyannis, nominado al premio Mejor Película Documental de la Academia de Cine Griega. Por el conjunto de su obra y por su labor en la promoción de la cultura griega, ha recibido, entre otros importantes reconocimientos, el título de Embajador del Helenismo.























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