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Fortunata y Jacinta. Benito Pérez Galdós

Sin ninguna duda estamos ante una de las grandes obras de la literatura española de todos los tiempos. Un imprescindible para conocer la realidad de la sociedad española y su contexto histórico en la segunda mitad del s. XIX. En esta obra, Benito Pérez Galdós, crea todo un universo lleno de personajes verosímiles que deambulan por un Madrid que será testigo, primero del exilio de la reina Isabel II, y posteriormente de la Restauración de su hijo, el rey Alfonso XII al trono de España. 

Estamos ante un triángulo amoroso entre Juanito Santa Cruz; el hijo mimado de una rica familia de comerciantes burgueses, y dos mujeres muy distintas; su mujer Jacinta, perteneciente a otra rama de su  familia; y su amante Fortunata, una mujer del pueblo llano, sin educación ninguna, pero irresistible. Así de hermosa se describe:

Siguió contemplando y admirando su belleza. Estaba orgullosa de sus ojos negros, tan bonitos que, según dictamen de ella misma, le daban la puñalada al Espíritu Santo. La tez era una preciosidad por su pureza mate y su transparencia y tono de marfil recién labrado; la boca, un poco grande, pero fresca y tan mona en la risa como en el enojo… ¡Y luego unos dientes! “Tengo unos dientes —decía ella mostrándoselos— como pedacitos de leche cuajada”. La nariz era perfecta. “Narices como la mía, pocas se ven”… Y por fin, componiéndose la cabellera negra y abundante como los malos pensamientos, decía: “¡Vaya un pelito que me ha dado Dios!”

Tres clases sociales se representan a través de sus personajes en un contexto en el que la estratificación social está en pleno auge. Los Santa Cruz; la alta burguesía endogámica que otorga a la familia el papel principal para mantener el poder y acumular riqueza. Los Rubín; representando a la media burguesía que aspira a ascender socialmente, pero que en realidad están muy cerca del populacho y, la gran protagonista; Fortunata que encarna en su personaje el pueblo llano.  

Muchas lecturas sacamos de esta magna obra, a destacar el retrato de la sociedad en el Madrid decimonónico, una época convulsa para un país que está intentando modernizarse y en el que la clase burguesa adinerada, pugna por tomar el control de la vida social y política de la nación. A lo largo de esta historia que se enmarca entre el 1869 y el 1876, Galdós utilizará las interacciones y relaciones de unos personajes con una fuerte carga psicológica, para realizar, desde su perspectiva liberal, una inteligente crítica social.

Algunos de los males que atribuye al carácter de sus contemporáneos que veremos representados en este universo Galdosiano son sin duda la preocupación y obsesión por la honra externa  y la importancia a las apariencias - aquí los Rubín lo simbolizan intentando blanquear la reputación de Fortunata para que pueda entrar en la familia- aunque para Maxi, el menor de la familia, está claro que la honra siempre está ligada al dinero: “cuanto más aseguradas están las materialidades de la vida, más segura es la conservación del honor. La mitad de las deshonras que hay en la vida no son más que pobreza, chica, pobreza. 

La institución eclesiástica no se escapa a la crítica. Galdós cree que la iglesia no debe inmiscuirse en el poder civil, como reformista piensa que la institución es un obstáculo para el progreso del país y para la apertura de España hacia Europa. Será el personaje del sacerdote Nicolás Rubín el que encarna todos los males que el autor aborrece en el clero, ya que el mediano de la familia Rubín es un egoísta, un hombre glotón y sucio que se las da de hombre sabio. Este sacerdote mediocre y materialista, se erige como director espiritual de Fortunata, con las nefastas consecuencias que sus consejos -sacados en su mayoría de la literalidad de sus libros- acabarán provocando en el discurrir de la trama. 

En contraposición a este zafio personaje, Galdós nos dibuja en el personaje de Guillermina Pacheco las cualidades de un buen sacerdote, aunque esta mujer procede de la alta burguesía, renuncia a su estatus  para consagrar su vida a la caridad y a los demás. La humildad de la Santa -como la llaman los demás personajes de la novela- contrasta con el orgullo con el que se pasea el aprovechado sacerdote Rubín.

Imagen de la serie que TVE emitió en los 80 
La función social de la mujer en la sociedad burguesa del siglo XIX no es otro que casarse y ser madre. Este papel de esposa perfecta lo encarna Jacinta; el ángel del hogar, la esposa idolatrada que consiente los devaneos de su esposo. Jacinta acepta su papel secundario en la rama rica de la familia a la que ahora pertenece gracias al matrimonio concertado que Barbarita, la madre del Delfín, ha orquestado. Esta sencilla mujer solo aspira a engendrar al heredero de los Santa Cruz, un hijo que le ofrecería consuelo y la situaría en una mejor posición dentro de la familia.

Fortunata también sabe que solo el matrimonio viste a la mujer de honradez y dignidad, conoce la fórmula para mejorar su situación y no tener que recurrir a la prostitución cuando no tiene a su lado a un hombre que la mantenga. Esa fórmula consiste en aceptar las normas sociales y casarse, pero es significa renunciar  a la pasión que siente por Juanito, al amor natural y es que para ella el único matrimonio válido es el que se basa en el amor. Este cuestionamiento de la ley natural (su fructífera unión con Juanito) con la ley de los hombres (el matrimonio concertado de Jacinta)  supone una idea revolucionaria que cuestiona el orden social establecido.

"Esto que tengo entre mí, no es humo, no. ¡Qué contenta estoy!… El día en que ésa lo sepa, va a rabiar tanto que se va a morir del berrinchín. Dirá que es mujer legítima… ¡Humo! Todo queda reducido a unos cuantos latines que le echó el cura, y a la ceremonia, que no vale nada… Esto que yo tengo, señora mía, es algo más que latines; fastídiese usted… Los curas y los abogados, ¡mala peste cargue con ellos!, dirán que esto no vale… Yo digo que sí vale; es mi idea. Cuando lo natural habla, los hombres se tienen que callar la boca "

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